Monday, August 07, 2017

Entrevista a Silvia Goldman



Entrevista a Silvia Goldman por Xánath Caraza

Silvia Goldman

Silvia Goldman es uruguaya y radica en Estados Unidos desde hace quince años. Poemas y artículos académicos suyos han sido publicados en revistas literarias de Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. En el 2008 publicó su primer libro de poemas titulado Cinco movimientos del llanto (Ediciones de Hermes Criollo, Montevideo). En el 2016, la editorial Cardboardhouse Press publicó No-one Rises Indifferent to Sorrow, una selección de los poemas contenidos en la primera sección de dicho libro y traducidos al inglés por Charlotte Whittle. Actualmente prepara dos poemarios: Quijotescamente hablando y Cuando la voz se va hunting. Es doctora en Estudios hispánicos por la Universidad de Brown y se desempeña como docente en la universidad de DePaul en Chicago.


¿Quién es Silvia Goldman?

Silvia es alguien que escribe para encontrarse afectiva e intelectualmente, alguien que desea socavar las pérdidas de la infancia en la escritura, sobre todo la de la madre. Es una hija que interroga su pasado, una madre que intenta transmitirle a sus hijos el amor por las palabras, una docente como lo fueron su hermano, su madre y su tía abuela. Es uruguaya, judía, agnóstica y vive en Estados Unidos. Escribe para arraigarse y para encontrar su voz. Ha logrado, en los últimos años, asumir más distancia y lograr más ironía en sus textos. Esto la tranquiliza porque en este momento busca más bocanadas de aire.

¿Quiénes te acercan a la lectura?

Mis primeras lecturas las guían la añoranza y necesidad de recuperar mi linaje, de insertarme en esa línea de mujeres lectoras que me precedieron pero cuyos recuerdos se debilitan con el paso del tiempo. Leo, desde pequeña, para entender quién soy, de dónde vengo, a quién me parezco. Hoy entiendo que en los libros aprendí a sentirlas vivas y a comunicarme, de alguna manera, con ellas. Y es que los libros nos enseñan lenguajes secretos, modalidades afectivas, formas de habitar el mundo. Hay toda una línea de mujeres perdidas que se acercan a mí cuando sostengo un libro. El Chico Carlo de Juana de Ibarborou, por ejemplo, regalo de mi abuela a los 7 u 8 años.
Mi padre también está allí entre los primeros libros; no recuerdo tanto cuáles fueron los primeros que puso en mis manos, pero sí el más significativo: el libro de Poesía completa de Idea Vilariño. Recuerdo, también, no tanto libros sino las idas a la biblioteca pública del barrio, “El castillito” (qué nombre más oportuno para quien descubre la lectura), el recorrer los pasillos, el olor a tiempo y a pan que yo le sentía a las páginas de los libros, la sensación de llevarme a casa algo preciado que me era prestado a término y depositando en mí una confianza inversamente proporcional a mi capacidad de protegerlos. Recuerdo la ansiedad de empezar, la angustia de terminarlos, la acción devoradora entre medio. Creo, pensándolo hoy día, que lo que me gustaba también era una sensación de poder estar en control. Yo daba vuelta las páginas, yo decidía si seguir o no, si salir del libro o entrar en su mundo. A veces me la pasaba el día entero leyendo a Enyd Blyton o a Laura Lee Hope en versiones traducidas donde “palomitas de maíz”, “cáspitas y centellas”, “embarcadero” pasaban a ser el dulce de leche de mi vida cotidiana. Esa sensación de soberanía en la lectura, creo, me hizo sentir, frente a todos los sentimientos de vulnerabilidad de la infancia, libre, fuerte y, sobre todo, acompañada.


¿Cómo comienza el quehacer literario para ti?

Hubo algo que descubrí en la poesía cuando tenía 12 ó 13 años que no había sentido con la prosa. La prosa me daba mundos para habitar pero la poesía, me parecía, me daba la voz para construir mundos. Eso fue lo que me pasó cuando la profesora de idioma español de primer año de liceo nos hizo leer el poema “Canción de jinete” de Lorca. Quedaba en mí una resonancia, una música que hacía un tajo en la palabra y al mismo tiempo le lamía la herida. Sentí la poesía antes que nada. Y me llegó, claramente, por el oído. También, me pareció, la poesía tenía una forma distinta de hablar o de calar en el dolor ajeno. Tal vez fue el lirismo de esos primeros poemas (Darío, Lorca, Agustini), esas voces que de pronto le hablaban directamente a mi dolor y le decían que estaba bien cantarle a la madre ausente, sentir tristeza, que el sufrimiento no debía ser siempre tabú. Ese año, y a raíz de las lecturas en ese curso, fascinada con la poesía, hice mi primera tesis sobre ella: la poesía era el arte de combinar palabras difíciles. Me compré entonces un cuaderno a doble espacio para poner allí todas las palabras “difíciles” con las que me iba encontrando y luego combinarlas en poemas. No sé dónde habrá quedado ese cuaderno de tapas amarillas pero recuerdo, sí, algunos versos: “el corcel con su torva testa galopa hasta el cenit” …o algo así.  Luego llegó otra gran profesora de literatura que me abrió mundos: Homero, Whitman, Borges, Cortázar, Dante. Recuerdo sus comentarios, la manera en que nos dejaba balancearnos en ciertas imágenes para que las degustáramos, para que nos quedáramos un poco ahí con lo que sucedía en las páginas: aquellos Paolo y Francesa que ya no leyeron más, el olor a sobaco en los poemas de Whitman, la sangre derramada que trae sangre derramada de la tragedia griega. María Esther tenía una intensidad que yo antes no le había sentido a nadie en la vida. Era portadora de una gran verdad que sentía yo era sanadora. Y después, claro, llegó el libro de Idea Vilariño.

Los primeros poemas, entonces, quedarán para siempre en ese cuaderno a doble espacio de tapas amarillas. Luego vinieron otros cuadernos. Y luego la computadora. Yo casi no mostraba lo que escribía. Me tuve que ir de Uruguay para poder leerlos en voz alta alguna vez frente a un grupo. Ahí fue cuando descubrí la alegría de compartir el poema en comunidad. Esa escucha que es un ritual. Luego vinieron las primeras publicaciones en revistas, incluso una entrevista radial, y en el 2008, junto con el nacimiento de mi hijo, llegó la publicación de Cinco movimientos del llanto en Montevideo, con la editorial Hermes Criollo. Fue entrañable ver ese libro en mis manos. El año pasado, Charlotte Whittle -colega, escritora, traductora y amiga- me sorpendió con la noticia de que había traducido la primera sección de ese libro al inglés y que sería publicada por Carboardhouse Press, una preciosa editorial bilingüe dirigida por Giancarlo Huapaya.



¿Tienes poemas favoritos de otros autores?

Poemas favoritos tengo muchos. Varios de Vallejo, sobre todo el de Poemas Humanos (“Reanudo mi día de conejo”, “Fue domingo en las claras orejas de mi burro”, “De todo esto yo soy el único que parte”; también “A mi hermano Miguel” de Los heraldos negros y el poema III de Trilce. Otro gran poema es “En esta noche, en este mundo” de Pizarnik y el poema “Epitaph: Evil” de Anne Carson por mostrarme cómo en los poemas también pasan cosas. Los poemas como situaciones de lenguaje. Quisiera compartir, sin embargo, los versos de un poema de la poeta uruguaya, Idea Vilariño, porque es uno de esos que se quedarán conmigo para siempre. Es el poema “Interminable, inconsolablemente”.

HABERSE muerto tanto y que la boca
quiera vivir un poco todavía
y que el cuerpo, los brazos y la boca
y que las noches cálidas, los días
ciegos, y el frío sin sexo de la aurora…
Haberse muerto tanto y de tal modo
y sostener un nombre todavía
y una voz que se afirma y se alza en números.
Haberse muerto tanto y que los lilas,
y las tintas azules y las rojas
y las hojas, las rosas y las lilas…

Pertenece a una escritura desnuda donde se intenta que las palabras no sean excesivas. “Inútil decir más” dice Vilariño en otro poema, como si hubiera un punto en que el lenguaje, si dice mucho no dice nada. Hay en su escritura un vaivén entre la elocuencia del silencio y la mudez del habla. La aparición de los puntos suspensivos ilustran un poco eso. Hay, sobre todo, una tendencia hacia el sustantivo. Hay algunos adjetivos y adverbios como “cálidas,” “ciegos,” “tanto”, “tantos” pero son pocos. Hay una emergencia del poema que se va dando por la sumatoria de esos “y” anafóricos y por esos sustantivos que se van desplegando como en un abanico “el cuerpo, los brazos y la boca” y pronto esa enumeración va generando su propia urgencia. Tiene el ritmo y la urgencia de quien se apura para decirlo todo antes de su último aliento y en esa certeza de la muerte aparece el deseo como algo que puede, incluso, resistir o sobreponerse a lo fatal. El deseo como algo tan fuerte que hace que la boca se pronuncie para seguir viviendo “un poco todavía”. Y el poema asume la forma de esa rebeldía porque mientras el poema nos “hable” la boca seguirá viva. Y en ese umbral entre la vida y la muerte está el poema con su boca deseante. Me impresiona ya desde ese primer verso encabalgado. La elección del impersonal (“se”) y del infinito (“haber”) en vez de “yo me he muerto” le da otra contundencia a esa enunciación sobre la muerte: expansiva, atemporal, sostenida, colectiva, singular (la voz no vuelve de la muerte para contárnosla sino que está en ella y la describe). La elección del “tanto” modifica para el lector la misma visión de la muerte ¿cómo es morirse tanto?, ¿hay intensidades?, ¿puede uno morirse tanto? Ese desfase o duda entre lo que le sucede a uno, -de manera impersonal y acaso existencial como especie- ,y esa boca particular del deseo que da su último coletazo es maravilloso. El grado de condensación de esos dos primeros versos me fascina, así como sus (des)aciertos gramaticales.
 

¿Cómo es un día de creación literaria para ti?

Están el día ideal y el día posible. En el día ideal me levanto temprano, preparo el mate y tengo dos o tres horas para escribir. Hay silencio, estoy cómoda en la silla y frente a mí tengo la pantalla de la computadora con varias ventanas de “word” con poemas empezados. Entro y salgo de ellos como si se tratara de pasillos por lo que uno transita y no permanece demasiado. Esto me da una suerte de distancia que agradezco y la posibilidad de que uno contamine positivamente al otro. “Estoy matando a dios en un poema” digo en otro poema. Me gusta leer los poemas en voz alta incontables veces para ir escuchando y quitando lo que por distintas razones no funciona. En el día ideal, luego de ese ejercicio intenso de pasearme por los distintos poemas, doy por concluido alguno. En el día posible, le robo una hora al trabajo, a los niños, y me siento –con cierta urgencia- frente a la computadora. Abro ventanas –no tantas como quisiera- a veces tan solo una, y leo los o el poema en voz alta y agrego algún verso y sigo.

¿Cuándo sabes que un texto está listo para ser leído? ¿Cómo has madurado como poeta?

Es difícil saber cuándo un texto está listo. De cierta forma, creo que nunca está listo porque siempre se puede volver a él para mejorarlo, para hacer que nos sorprenda más sutilmente, para que vaya contra la inercia del lenguaje, para que nos asalte construyendo una voz propia que nos exceda y nos sorprenda. Siempre hay más detrás del último verso. Me gusta esa idea de Agamben de la imposibilidad de acabar el poema pues el último verso, de alguna manera, queda añorando su encabalgamiento y, por eso, ese silencio que es su borde tiene algo de deseo, de secreto, de posibilidad. Creo que, en mi caso, un poema está listo cuando: 1) di con una imagen, situación de lenguaje, que me satisface ya sea por alcanzar cierta contundencia dramática o porque logra darle una vuelta al poema que de alguna manera lo reescribe 2) porque al leerlo en voz alta intuyo que la voz ya no quiere seguir explorando o se encuentra al borde 3) a veces, simplemente, ya no alcanza mayor intensidad y es mejor dejar de desearlo.

¿Qué tanto hay del Uruguay en lo que escribes?

Del Uruguay lo que hay es la infancia, una palpitación incesante de afectos, los olores apurados, los miedos, los deseos, los juegos, los amigos, la identidad forjándose. Pero es, sobre todo, la geografía de la pérdida. Sin embargo, no nombro al país en los poemas, pero me instalo en sus pequeños cuartos, en sus playas, en sus fotografías.


¿En qué proyectos estás trabajando ahora?

Trabajo en tres proyectos en este momento: un libro que estoy haciendo en colaboración con una artista visual brasilera en donde establecemos un diálogo entre poemas que escribo incorporando frases de mis hijos y collages de ella que, a la vez, los escuchan, interrogan y reescriben. Ese proyecto lleva como título tentativo Cuando la voz se va hunting. El título viene de una pregunta que mi hijo me hizo cuando tenía cuatro años “¿Mami, por qué a veces la voz se va hunting?” Trabajo también en otro libro en donde asumo un tono más irónico y, también, menos lírico donde ensayo algunos monólogos y diversos diálogos entre Don Quijote y Sancho Panza en los que estos personajes discuten temas como el lenguaje, el amor, la metáfora, la maternidad, la verdad, el sexo, etc. Por ahora lleva como título Quijotescamente hablando. El otro proyecto es un libro de críticia literaria surgido de mi tesis de doctorado en donde escribo sobre cinco poetas contemporáneos de Argentina, Uruguay, Perú y Chile.

¡Gracias por esta maravillosa oportunidad de compartir un poco de mis reflexiones, recuerdos y lecturas!




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